lunes, 9 de agosto de 2010

DE NUEVO POR MANHATTAN

El pasado sábado con renovada compañía (gracias Majo y gracias Jose) acabé de nuevo sentado en las blancas sillas de la filmoteca. Pero otra vez la incomodidad merecía la pena con tal de ver esa película llamada Manhattan (1979) de Woody Allen. Tras el cambio que supuso en su filmografía Annie Hall (1977) y la inesperada por todos Interiores (1978), Woody Allen abandona definitivamente con Manhattan las comedias "locas" y repletas de gags que le habían dado la fama al inicio de su carrera. En esta película Allen alcanza la madurez cinematográfica, tanto de guión como técnicamente (aunque luego han venido 30 años salpicados de grandes obras y vergonzosas películas), siendo un film que reúne elementos de sus dos obras inmediatamente anteriores situándose Manhattan en un término medio (donde dicen que reside la perfección) entre la comedia romántica de Annie Hall y el drama bergmaniano de Interiores.



 La mayoría de críticos y especialistas han etiquetado a Manhattan como la mejor obra de su creador. Sin duda alguna Manhattan debe de estar entre las primeras, por muchos motivos. Sin embargo Allen, tal y como declara en varias entrevistas, quedó más que insatisfecho con el resultado de la cinta, sensación que casi siempre le asalta y que le ha llevado incluso a rodar dos veces alguna de sus películas como sucedió con Septiembre (1987). Resulta curioso el nivel de autocrítica y la desafección del propio Allen por una de sus obras más redondas, pues incluso le ofreció a la productora la posibilidad de enterrar dicho proyecto a cambio de hacer una nueva película totalmente gratis. Afortunadamente no lo hizo, el film se estrenó y fue un éxito de crítica y público, aunque no arrasara en los Oscar como Annie Hall (pero bueno a estas alturas poca validez tiene ya el medidor de las estatuillas.)
Lo primero que el público suele resaltar es el carácter  “claramente autobiográfico”, algo que le sucede siempre a la obra de Allen desde Annie Hall. Y aunque es cierto que hay muchos aspectos que, al menos aparentemente, se podrían incluir en la biografía del verdadero Allen,  él siempre se ha defendido del pretendido carácter autobiográfico de sus films argumentando que, dado que su aspecto en la vida real es idéntico al que luce su personaje de la pantalla (a diferencia de otras figuras del humor como Groucho Marx o Charles Chaplin cuyo aspecto físico y comportamiento era totalmente diferente en la pantalla respecto al de su vida real), la gente ha tendido a creer que todo cuanto sale en sus películas le ha sucedido realmente. Como Allen afirma, todavía hay gente que cree que se crió debajo de una montaña rusa por el inicio de Annie Hall.


Lógicamente todo guionista o creador bebe de aquello que conoce, tiene sus lugares comunes y busca la inspiración muchas veces en los sucesos de su vida, pero eso no significa que todo cuanto sale sea verdad pues, en el caso de Manhattan, a pesar de algunas similitudes con la vida de Allen la película no es un relato biográfico de su director. De hecho el guión no sólo está firmado por Allen sino que también cuenta con la colaboración de Marshall Brickman. Allen siempre dice que, a pesar de este tópico, su vida es mucho menos interesante que las de sus personajes.
                Sin embargo en este caso sí que hay un elemento totalmente personal  o "biográfico" del propio Allen, la visión de la ciudad de Nueva York y su distrito predilecto: Manhattan. El protagonista (Isaac), interpretado por Allen, nos ofrece una visión subjetiva de la isla y de las relaciones personales que él establece en la ciudad.  Pero no se trata del Nueva York real sino del idealizado por el propio cineasta y su protagonista.


  En este film se superpone una capa de un Nueva York nostálgico creado por Isaac (y en este caso por el propio Allen) al Nueva York moderno y decadente, a través de la visión del mundo y las relaciones que tiene su protagonista. El Manhattan que se nos muestra es físicamente el de los años 70 (de hecho todo son localizaciones a excepción de algunas tomas del planetario) con una cultura y un modo de vida y de relacionarse que choca frontalmente con las ideas que tiene Issac.
Ese choque de mundos, además de por la relación entre Isaac y Tracy (Mariel Hemingway), mucho más joven que él; lo encontramos igualmente en la música empleada por Allen y en el elemento visual. Si bien el Nueva York que sale en la pantalla no deja de ser la metrópolis contemporánea, esta se resiste a escapar de la visión que Isaac tiene sobre ella a partir de sus vivencias, sus recuerdos y su subjetividad (claramente marcada desde el monólogo inicial) que se manifiestan a través de ese componente nostálgico, personificado en la acertada fotografía en blanco y negro y en el empleo de la música de George Gershwin, que no estaba de moda en los años 70 pero que forma parte del Nueva York amado y nostálgico que se resiste a envejecer en la mirada de Isaac.


 Es cierto que la gran mayoría de películas de Allen está ambientada en Nueva York y en el barrio de Upper East Side del que apenas ha salido hasta sus recientes aventuras londinenses y su proyecto barcelonés-asturiano. Los sitios, aunque no los hayamos visitado, los conocemos de sobra. No obstante en esta película la ciudad adquiere rango de protagonista. Aunque la ciudad siempre sea “idolatrada” en sus películas, aquí el homenaje es explícito, además de por el título, por las escenas de inicio y del final donde se nos muestra, siempre desde la subjetividad, qué es aquello por lo que Manhattan merece la pena. La ciudad no es ahora un simple fondo en el que transcurren los comportamientos neuróticos habituales en el director de Brooklyn. Allen se recrea en los espacios de la ciudad, les presta una atención como no se había visto antes ni se verá después en su filmografía a pesar de la constante presencia de la ciudad en muchas de sus películas. Toda la historia está enmarcada, con el prólogo y el final, por lo maravilloso que es Nueva York, pero no el real, sino SU Nueva York, el de Allen y el de Isaac. Con todo lo bueno y todo lo malo.



Analizando un poco el tema del que trata la película, un servidor lo tiene claro: la dificultad de comprometerse. Sí, suena sobado, pero es que es realmente difícil, ya no sólo por lo complicadas que son las relaciones humanas, dadas las diferentes personalidades, intereses (y egoísmos) de cada uno; sino por el contexto en el que estas se desarrollan. La persona querida o deseada no siempre tiene, por ejemplo, la edad que nos convendría (o no tiene uno mismo la que le gustaría), no posee la facilidad o la libertad para llevar a buen término una relación, o el peso del pasado puede ser tal que te atrape para cualquier cosa que desees hacer con otra persona. Para mi Manhattan habla de todas estas cosas y de lo falsas o “circunstanciales” que pueden ser las relaciones ya no sólo de pareja sino personales en general, en las que de una frialdad inicial se pasa a una necesidad-rechazo del compromiso, que se resolverá dependiendo de la conveniencia o el egoísmo de cada cual. Y por duro o tajante que sea ese análisis, no deja de ser cierto.
Por otro lado está lo que para mi es un final muy hipócrita y egoísta por la decisión que toma el protagosita. Y creo que es así no por equivocación o mal planteamiento sino porque Allen se ve de nuevo en la necesidad de mostrar lo incongruentes y volubles que son los sentimientos humanos.
Por muy nostálgico que Isaac se ponga al recordar a Tracy una vez que Mary (Diane Keaton) le ha dejado por su mejor amigo (que a todo esto está casado, y ya había sido amante de Mary), aunque salte del sofá y se ponga a correr para buscarla, el acto no puede ser más egoísta aunque se tiña de romanticismo y de belleza visual. Pues meses atrás había dejado a Tracy con el corazón roto porque había conocido a alguien más conveniente para él. Algo fácil de hacer si tienes otra relación asegurada inmediatamente. Pero cuando esa otra relación falla, es sencillo salir escopetado para pedir perdón y “darse cuenta de lo que querías de verdad”.
 
 

La falsedad personal y emocional no puede ser más grande, pero pienso que la resolución hipócrita y egoísta de este film no la desarrolla Allen por placer de ver que el mundo muchas veces funciona así, porque le guste o no, el caso es que muchas veces esa es la manera de ser de las relaciones, egoísta e interesada y a merced de las circunstancias.
Otra de las cosas que se le suelen achacar a Allen está presente en esta película, y son las no pocas dosis de aparente esnobismo de sus personajes. A Allen le encanta moverse en sus “lugares comunes” (como también tienen otros directores tales como Almodóvar o Tarantino pero a los que no se les acusa de “hacer siempre la misma película”.) Esos lugares comunes, nos gusten más o menos, suelen ser los de la clase media-alta de Manhattan  con unos personajes que, a falta de problemas económicos o sociales serios, se los buscan ellos con paranoias que relatar a sus analistas o con su inconcebible mundo de relaciones personales (por lo que, y salvando las distancias, la regular serie Sexo en Nueva York no ha inventado nada.) Pero por mucho que ese no sea “nuestro” contexto, el cine de Allen, además de entretenido, considero que puede hacernos entender (u odiar) un poco más al ser humano.
Dicen que el cine de Allen es clasista, que se mueve siempre en un mismo barrio y con una misma clase social, que no es realista y que no refleja los auténticos problemas ¿y? El cine es cine, y tenemos la opción de escoger en un determinado momento a un director u otro dependiendo de aquello que queramos que nos cuenten. No todos los directores pueden hacer cine “social” del mismo modo que no todos hacen comedias, películas bélicas o de acción, por decir algo. Lo maravilloso del cine puede ser eso, que cada época, director o película ocupa una plaza de nuestras necesidades, bien sean de entretenimiento, de compromiso social, de evasión… además que si queremos malas calles ya tenemos a Scorsese o Spyke Lee que lo hacen muy bien.
Otro “lugar común” es el de la pedantería de los diálogos de Allen. Es cierto que están repletos (especialmente en Manhattan, y no es raro dado el tipo de personajes que salen en este film) de referencias hipercultas que en ocasiones llegan a ser tan concretas que el chiste o comentario se pierde por completo. Sin embargo en Manhattan Allen muestra dos maneras de vivir cuando los conocimientos que se tienen en cultura son verdaderamente altos. Por un lado está la “natural”, por verdadero amor a lo que nos gusta (como la escena de “cosas por las que la vida merece la pena”) sin la necesidad de demostrar que se está por encima de los demás, que para mi es la que representa Isaac; que sí, sabe mucho, pero no le es necesario recurrir a ello y es capaz de hablar en otros términos y de otras cosas.


 Después está aquella forma que representa el formidable papel de Diane Keaton. Mary, una absoluta repelente, una mujer guapa, inteligente y sentimental, eso sí; pero que necesita demostrar a toda costa que ha estudiado, que puede hacer sesudas reflexiones sobre cualquier cosa y que es tan válida que es capaz de crear una “academia de sobrevalorados” para todos aquellos intelectuales que considera que no son para tanto. Precisamente el tipo de intelectualidad (mejor dicho pseudo-intelectualidad) acartonada y de “conocimientos de libro” muchas veces inútiles que muestra el personaje de Diane Keaton es de lo que se le ha acusado en múltiples ocasiones al propio Allen y  a su cine, cuando vemos que precisamente aquí critica la alta cultura que sólo lo es en superficie y el hablar con un lenguaje enrevesado y lleno de citas con la aviesa intención de que nadie las reconozca.


Basta recordar la escena del planetario en la que Diane Keaton se pregunta cuántos satelites de Saturno puede nombrar, en un ejercicio más de pedantería y necesidad de demostrar cuánto se sabe (se sepa o no de verdad, que eso también lo hacen muchos.) Allen le responde que él no sabe ninguna y que le da igual porque, y aquí viene lo interesante “nada que valga la pena puede ser entendido con la mente"
 Pero bueno, incluso con esa pedantería y “falta de realismo social” de Allen, no me importaría en absoluto, vivir en esta película: qué envidia de apartamentos, de museos, de restaurantes, de vida urbana… aunque las paranoias acabarían siendo las mismas.


Por último cabe destacar en este film los méritos técnicos, especialmente por la fotografía. A Allen se le ha acusado de ser un director que considera poco lo técnico y que no cuida la puesta en escena. Es sin duda una vaga descripción pues, sin ser el más técnico, es un aspecto que cuida muchísimo, ya que a lo largo de su extensa carrera (además de controlar personalmente toda la parte técnica y de montaje como bien afirma en algunas entrevistas) ha variado mucho el planteamiento de su puesta en escena, ofreciéndonos resultados de muy diverso pelaje, como son, por ejemplo, el homenaje al expresionismo alemán en Sombras y niebla (1991) o el experimento de los planos sin encuadrar de Maridos y Mujeres (1992). Es cierto que muchas de sus películas, aunque no sean excesivamente elaboradas en cuanto a movimientos de cámara ni complejas en el montaje (ni falta que hace) en un estilo que parece más invisible que otra cosa, el cuidado técnico y visual no deja de ser importante y adquiere en Manhattan una de sus cumbres.


 
Con la colaboración de Gordon Willis (director de fotografía de, entre otras muchas películas, El Padrino) Allen consigue en Manhattan una atmósfera visual única. El formato anamórfico (tomado del cine bélico) unido a la cuidadísima fotografía en blanco y negro permite ofrecer una visión de Manhattan que lo único que puede conseguir es, además de encantarnos, que nos meta de lleno en la atmósfera personal que Allen persigue, algo que se logra desde el segundo 1 con la introducción de la película. La puesta en escena juega además con un elemento que veremos en Allen otras veces, como es el dejar la cámara fija haciendo que sean los personajes los que entran y salen del cuadro otorgándole a las escenas una especie de impersonalidad; o el recurso, muy empleado por Woody Allen en Manhattan especialmente durante las conversaciones, que consiste en partir la pantalla con algún elemento como una tabique o una puerta, que reduce notablemente el espacio ocupado por los personajes, algo que yo personalmente entiendo (por el tipo de escenas en las que se da) como un indicio de incomunicación que acabará, efectivamente, en la ruptura; y que otorga de cierto encanto a la composición de los planos.
Y para muestra de la maestría técnica, un botón (siento que no esté en V.O.S.E.) http://www.youtube.com/watch?v=QEoQb1HOlI0

3 comentarios:

  1. Mágnifica radiografía de una pelicula que no he tenido ocasión de ver, pero que me encantaria compartir contigo una de estas tardes.

    Solo una propuesta : no te centres solo en el señor Allen!! :P
    Te voy a tener que poner peliculas menos inteligentes, a ver si les sacas tambien jugo xD

    Un abrazo compañero!!! :D

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  2. Me centro en el señor Allen porque es lo que he visto en la filmoteca estos días, en cuanto vea cualquier otra cosa que me interese lo pongo. Además está pendiente la continuación de "Con la ideología hemos topado" jejeje

    Gracias por leerlo

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  3. Molaría ver a Alej hablando de pelis chorras, de estas americanas, rollo "american pie"... jajajja

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