jueves, 12 de agosto de 2010

CON LA IDEOLOGÍA HEMOS TOPADO (II)


                Como bien me apuntaba Héctor en su sabio comentario del otro texto, el tiempo, parafraseando al refranero, “lo cura todo”. Y si no lo cura, al menos lo diluye, y lo que fueron grandes injusticias, no es que se olviden, pero adquieren un papel algo más secundario cuando se trata de valorar los productos culturales. El problema viene, como también me decía, cuando las heridas aún están abiertas y son todavía tema de debate y discusión. Y el franquismo y sus obras lo siguen siendo y con razón. Pero el que yo hable de “valorar el arte objetivamente” no quiere decir, ni mucho menos, olvidar la maldad que pueda existir detrás de las obras. El valorar el arte y la cultura de una época no excluye, faltaría más, la condena al régimen o al contexto en el que nace.
                Pero yo ya no hablo sólo del arte “combativo” o “propagandístico” (como pueden ser los símbolos franquistas.) Yo me refería más bien al arte que no es directamente creado con una finalidad victoriosa o apologética (como si tiene, por ejemplo, una estatua a caballo.) Un arte  no directamente “combativo” que, sin dejar de beber del “pensamiento” de un momento histórico posee, por otro lado, sus propios valores artísticos.
                Hay un ejemplo muy claro de todo lo que pretendo decir y es el cine realizado en España durante los años del franquismo. Es cierto que, y con toda lógica, sólo se valora o se exalta como arte cinematográfico de ese periodo a las películas de aquellos excelentes directores que con sus obras pusieron en jaque a la habilidad de la censura y se atrevieron a criticar a un régimen bajo la amenazante sombra del garrote vil. La lista es por todos conocida: Saura, Bardem, Berlanga… Es cierto, y con todo el mérito, que son excelentes películas y excelentes directores que, además, cuentan con el beneplácito de ser atrevidas, combativas y “tocapelotas”. Y está muy bien. Pero existieron otros directores que, a pesar de “acomodarse” (o no tuvieron más remedio que hacerlo) al régimen, poseen en su haber obras interesantes y que no deben ser menospreciadas aunque ideológicamente nos puedan rechinar.


                La historiografía, como producto humano que es, suele ser bastante parcial y vengativa o justiciera. Y esto en el cine español se ve de lejos. Muchas obras y directores han caído forzadamente en el olvido y sólo se estudia o se presta atención a aquello que ideológicamente nos conviene, por lo que, nos guste o no, nos estamos dejando la mitad de la historia en el tintero, aunque nos duela ver esa otra mitad o no nos sintamos para nada identificados con ella. Es injusto, a mi entender, despreciar muchas obras, o siguiendo con mi ejemplo, películas; que aunque no nos hagan aplaudir en cuanto a lo político o espiritual, se deben valorar como cine. Haciendo un paréntesis y sin entrar en materia, el “guerracivilismo” lamentablemente sigue sangrando y brotando en nuestro país. No hay más que ver la cantidad de libros que, todavía desde un bando u otro, salen a la luz todos los años. Y la herida no se cierra, y con motivo, pues tras casi cuarenta años de losa y mucha gente que hoy en día (desde determinados medios) pretende mantener viva dicha ideología, poco se puede conseguir.
                Volviendo al tema que nos ocupa, encontramos el ejemplo de Raza (1941), de J.L. Sáenz de Heredia, cuyo guión, como todos sabéis, está basado en un relato del mismo Franco. Lógicamente el pestazo propagandístico y absolutamente facistoide de la película tira para atrás. Pero es falso que, como algunos han dicho, esta sea la peor película del cine español por el hecho de ser propaganda franquista. Podremos decir que la película es de la “peor propaganda” que exalta la “peor ideología”, pero no es una mala película. Tampoco es excelente, pero cumple con el estándar del cine clásico y tiene algunas escenas que visualmente son bellas (como la del fusilamiento de los franciscanos, aunque irremediablemente nuestra cabeza esté gritando al mismo tiempo “DEMAGOGIA”). Pero es lo que hay.


                Sin embargo, al margen de este hito de la propaganda hay otro film del que se pueden extraer conclusiones mucho más interesantes: Marcelino, pan y vino (1955) de Ladislao Vajda. A mi entender es una obra a tener en cuenta en la historia del cine español. Además de lo carismático de sus personajes, especialmente por la interpretación de Pablito Calvo, los logros técnicos (sobre todo la fotografía del maestro Heinrich Gärtner, conocido aquí como Enrique Guerner) son incuestionables. El problema es que esta película representa una visión de lo religioso que a muchos nos tira para atrás. De esta película se ha dicho, entre muchas otras cosas, que es un doctrinario ideológico. No digo que no, porque para un servidor lo que cuenta esta película es de lo más macabro, truculento, manipulado y horrible que se puede decir respecto a la creencia católica. 

 

                Se ha calificado a este película de terrorífica, de mostrar al dios cristiano como un infanticida, y de "poco bonita" si lo último que vemos es una lápida con el nombre del niño, quedándonos con la sensación de no saber por qué motivo, si dios es tan poderoso, ese niño tiene que morir. Pero bueno, nos guste o no, ahí está el doctrinario católico radical (y la película Camino de Javier Fesser pasea por ese jardín desde el otro lado) en el que la muerte  y el sufrimiento (juas!) pueden ser entendidos como una bendición o un inexplicable regalo de un ser superior que en teoría nos ama. Y eso que los que salen en Marcelino, pan y vino son franciscanos y no, afortunadamente, del Opus Dei. Sin embargo, del mismo modo que los no católicos deben valorar la obra de Vajda más allá de su desacuerdo con el elemento religioso de la película, los miembros del Opus deberían valorar la labor cinematográfica de Fesser como buena o mala más allá de que la visión de la Obra en esa película no sea la que ellos desearían.


 

              Se habla en las críticas que he podido leer  sobre Marcelino, pan y vino de “apología del oscurantismo”, de “lo peor del cine español”, y que poco o nada tiene de entrañable o artístico. Aquí el peso de la ideología es brutal, no lo negaré. Y es difícil ver los valores de un film así con el rechazo que sentimos hacia lo que representa. 
Pero también es cierto que ese “rechazo” a lo que representa ha conseguido, por parte de la crítica y la historiografía cinematográfica española, echar mucha más tierra de la debida por encima de esta película, convirtiéndola prácticamente en un anatema cinematográfico. Y esto sucede así porque muchos de los críticos e historiadores del cine, ligados a la izquierda, vivieron en sus propias carnes el puñetazo ideológico que iba unido al franquismo creándose en ellos, y lo entiendo y lo respeto, un lógico rencor. Rencor que todavía sigue vivo en tantos otros aspectos, y aún va para largo (sobre todo con abominaciones tales  como Intereconomía que no hacen más que echar leña al fuego.)
 Sin embargo todo esto ha enturbiado el valor de muchas películas. Y todos los que han estudiado “Cine español” en la UV, recordarán las palabras de Jose Luís Guarner sobre la película de Vajda que Carlos Cuéllar suele leer en clase como ejemplo del rechazo que esta película ha vivido: “un ejemplo muy puro de la estéril, masoquista espiritualidad oficial de la España de la época, un cuento para niños que parece un cilicio, hecho de clavos, espinas, dolor y muerte”.


No obstante, a pesar de que asumo muchas de estas palabras como propias, no condeno a esta película a los infiernos ni la rechazo unilateralmente, como si han hecho muchos porque la ideología que rezuma en ella les es notablemente contraria. Es un film que no deja de cautivar (a pesar de lo truculento) y es, como ya dije, una muy interesante creación del cine español, que debe ser entendida, eso sí, en su contexto, casemos o no con el mismo. Y es duro y difícil separar esas dos partes de nuestra mente, pero creo que se puede lograr si el arte pesa lo suficiente. Después de un análisis más profundo la película nos puede parecer buena o mala, pero hay que intentar traspasar ese "rechinar ideológico" con tal de valorar si el film tiene, o no, valores por los que nos merezca la pena.
Marcelino, pan y vino ha sobrevivido en el recuerdo de muchas generaciones como una película que marca y que gusta, quizá porque, siendo o no conscientes del mensaje que hay detrás, mucha gente la ha visto en un momento de su vida asociado a la infancia en la que se pasa de analizar mensajes doctrinarios o cosas por el estilo (aunque lamentablemente todo eso pueda calar en más de uno.) Lo que vengo a decir es que el rechazo justificado por todo lo que, a mi entender, es macabro en esta película, ha enterrado la apreciación de sus valores cinematográficos y ha conseguido, especialmente en las nuevas generaciones (que, por fortuna, cada vez están más alejadas de esa manera de entender el sentimiento religioso) un rechazo a este tipo de obras sin que se intente descubrir sus valores artísticos.


Hablé de la fotografía, que es uno de los grandes logros del film, pero además de esto, elementos como la escena del “abrazo mortal” con la aparición de los franciscanos tras la puerta, consigue crear en mi una sensación de amor por el arte-odio por lo que se cuenta, como pocas cosas han conseguido. La película tiene, pese a quien le pese, grandes méritos, tanto en el montaje como en el relato, y además es un film que debe ser valorado por su creador, Ladislao Vajda (Lázló Wajda, de origen húngaro), una de las figuras más interesantes del cine español, que cuenta con obras nada despreciables como Mi tío Jacinto (1956), Un ángel pasó por Brooklyn (1957) o la coproducción El cebo (1958), meritorias muestras del arte cinematográfico de un director con una estética heredada del expresionismo alemán y de Fritz Lang. Ahí es nada. Marcelino, pan y vino logró, por otro lado, el premio del festival de Cannes y de Berlín e inauguró una feliz etapa del cine español con el llamado “cine con niño” que Marisol y Joselito llevarían a sus límites en unos films en los que, aunque más cándidos y menos problemáticos que el de Vajda, el tufo franquista no resulta menor.
Sin embargo, la siempre polémica Marcelino, pan y vino y el peso de la ideología bajo la que le tocó trabajar a su director (fuera partidario o no de ella, cosa que desconozco), han diluido notablemente el papel que Vajda debería poseer dentro de la historia del cine español. Y la lamentable labor que programas como “Cine de barrio” han realizado para la restitución del cine patrio ha hecho el resto.


CONTINUARÁ

1 comentario:

  1. Bueno, yo despues de leer ya anteriores comentários y textos no tengo mucho que añadir. Creo que este debate es interminable e imposible un conseso sobre él. Pero para no ser menos "guay" quiero citar a alguién importante, tal vez no para el arte, pero si para mi.
    "Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros" (Groucho Marx)
    Esta frase resume parte de la problemática que encarna el tema, e hipocresias que sufre el arte, y nosotros.
    Mientras la gente tenga opinión (y ni tan solo es necesário que suya propia y genuína) va a tener origen un punto de desencuentro. Podemos intentar analizar "objetivamente" obras, periodos, artistas... pero más allá tendremos opiniones sobre ellos, y (más o menos analiticamente) habrá desencuentro sobre el valor de una obra frente a otra, de un periodo frente a otro y de un artista frente a otro.

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