sábado, 28 de agosto de 2010

CONOCERÁS A LA DECEPCIÓN DE TUS SUEÑOS

               La verdad es que me cuesta mucho hablar mal del señor Allen. Pero por mucho que admire su obra y me encante como personaje cultural, no soy de esos que, haga lo que haga el director de Brooklyn, lo clasifican de genialidad, porque en diversas ocasiones la cosa no pasa de ser mediocre. Y la nueva película de Allen Conocerás al hombre de tus sueños (You will meet a tall dark stranger) es, sin duda alguna, una película floja, por no decir mala.

 
 
                Podría achacar mi mala impresión de la película a que el aire acondicionado no funcionaba en la sala donde la vi (acompañado de Edu) en uno de los días más calurosos e insoportables en la capital del Turia, o a que tenía a un pelma gafapasta a mi lado que comentó la película de principio a fin y que se reía de cosas que no tenían gracia. Pero eso sería buscar excusas para no admitir que el último trabajo de Allen, como ya he dicho, deja mucho que desear. Y me duele porque el ritual de ir a ver la nueva película de Allen es una fecha marcada siempre en mi calendario.
                Sin ambages puedo afirmar que esta película se encuentra en el podio de las peores de Woody Allen, junto a bochornos como Un final made in Hollywood (2002), Todo lo demás (2003) y, por supuesto, la flojísima Vicky, Cristina, Barcelona (2008) que a mucha gente que todavía no había visto nada de Allen le pareció una buena película.


                El film trata por enésima vez uno de los temas favoritos de Woody Allen: lo oportunistas que somos las personas y la dificultad de asumir los cambios así como  la triste realidad de que no siempre alcanzamos aquello que deseamos. Sin embargo esta comedia con tintes pesimistas y negros no resulta para nada convincente. En primer lugar por la caracterización habitual de las películas de Allen (la que a muchos les ha hecho creer, erróneamente, el tópico de que Woody Allen hace siempre la misma película.) Si en otras ocasiones esa caracterización ha estado al servicio de un contenido o de una diversión, aquí queda totalmente vacía, incluyendo la flojedad de los diálogos y la falta incluso de chistes, algo que es constante en las películas de Allen y que muchas veces podía salvar en cierta medida el resultado final. Risas en la sala, las justas, y muchas veces exageradas.


Por otro lado, aunque la dirección de Allen (salvo algunas excepciones que ya he comentado en otros textos) nunca ha sido excesivamente técnica, cosa que tampoco importaba demasiado; es algo que, sin embargo, se vuelve en contra de él en esta nueva película, dada la falta absoluta de cualquier atisbo de gracia o interés en el desarrollo del film, que sólo sorprende argumentalmente con un pequeño giro que, por otro lado, se deja sin resolver. Y ese es quizá el tercer reproche que le hago al film, que es la búsqueda de una  resolución apresurada por parte de su director y la “pereza” que Allen parece demostrar últimamente hacia sus personajes y sus argumentos, cuyas historias corta de golpe sin dejarnos claro qué narices les pasará al final.


Es cierto que en esta película los desdichados finales de sus personajes pueden intuirse. Incluso se puede usar el sobado recurso de decir “es una película abierta” o “es el espectador el que ha de completar la vivencia de los personajes”. Pero aquí esa trampa no cuela. Y no cuela porque el resto de la película es sumamente floja y no creo que su final sea un ejercicio de profundidad simbólica o interpretativa. Se ve claramente que a Allen le ha dado igual, como se dice por aquí, ocho que ochenta. Y aunque, como siempre, ha hecho lo que le ha dado la gana, esta vez el tiro le ha salido por la culata y da la sensación de que es una película que quería acabar pronto porque le importaba más bien poco.


Y es algo que le pesa a la película, que parece estar hecha sin ganas. Aunque sean los mismos ambientes e historias a los que estamos acostumbrados (neurosis, problemas en las relaciones, la falsedad del amor y las parejas…) todo se queda a medio gas, en un estadio que no pasa ni de lo plano ni de lo rutinario. Hay elementos que podrían ser interesantes pero estos no acaban de despegar.

 

La reflexión es la de muchas otras comedias de Allen que escondían igualmente un contenido realmente amargo: sólo los “locos”, sólo aquellos que viven por encima de la realidad son los únicos capaces de ser felices por no ver lo dura y trágica que puede ser la vida a pie de calle. Sin embargo este mensaje, tan interesante otras veces, está mal contado. Incluso las situaciones cómicas, pocas o casi inexistentes, son impropias de Allen. Falta su mordacidad, sus chistes y su ironía oculta. Igualmente las cosas que pueden resultar divertidas, como la novia prostituta del personaje que interpreta Anthony Hopkins, son totalmente vulgares y comunes. Y la vulgaridad no viene porque el personaje sea el de una prostituta, de hecho Allen consiguió una comedia muy lograda y fuera de serie como fue Poderosa Afrodita (1995) utilizando como personaje a la adorable puta-actriz porno a la que dio vida Mira Sorvino. Pero lejos está aquella relación cómica si se compara con la situación plana y tópica que muestra Conocerás al hombre de tus sueños. Y esto es aplicable al resto de personajes y situaciones del film.


               Y ocurre igualmente con la elección de los actores. Allen es el único director que realmente puede hacer la película que le da la gana, como le da la gana y con quien le da la gana. Nadie le pone reparos, tiene un control sobre sus películas que no se cuestiona y se le permite hacer cuanto desea (blanco y negro, color, comedia, drama…) porque, dado su prestigio y su particular carrera, siempre tiene todas las puertas abiertas y nunca le faltan ayudas. De hecho esta última película cuenta con algo de financiación española. 

 

Por otro lado quizá sea esa libertad lo que hace flojear a algunas de sus películas. Sin embargo cuenta con esa absoluta ventaja y todos los actores, desde los más prestigiosos a los principiantes, se mueren por trabajar con él, sin importarles qué papel van a hacer o si su caché se rebajará notablemente para adaptarse al presupuesto. A nadie le importa. Como en otras películas de Allen vemos aquí una variopinta y excelente selección de actores que va desde los totalmente consagrados Anthony Hopkins o Antonio Banderas y otras estrellas más jóvenes como Naomi Watts, a revelaciones internacionales por un éxito determinado y reciente, como es Freida Pinto, conocida por su participación en el éxito Slumdog Millionaire (2008). 


Sin embargo la presencia de estos actores está, según mi parecer, totalmente desaprovechada. Y no porque interpreten mal sino porque sus papeles son tan simples y tan poco interesantes que hubiera dado exactamente igual que los personajes fueran interpretados por Hopkins o Banderas que por cualquier otro actor. Y es una lástima porque el elenco de actores es excelente para el resultado que ofrece la película. El único personaje  algo interesante es el de la desesperante Helena (Gemma Jones) cuya excéntrica personalidad y su confianza en el más allá arrancan las pocas carcajadas que esta película merece. 


Parece que el Alejandro que habla aquí no es el mismo que ha alabado otras tantas veces a Allen. Pero hay que ser justos y debo decir que estoy resentido con Allen por esta película. No por ser un genio (que lo es) se debe alabar y creer que todo cuanto hace es bueno, porque no es cierto y hay que ser objetivo. Porque alabar sin miramientos a Allen sería muy injusto hacia otros tantos creadores que no gozan, de antemano, con ese áurea y ese seguimiento que el de Brooklyn disfruta. Muchos argumentarán que “es que hace una película cada año” o “es que ha hecho 40 películas y no todas van a ser buenas”. Aunque estoy totalmente de acuerdo con estas afirmaciones no justifican, sin embargo, que esta película sea lo mala que es, porque nadie obliga a Allen a hacer una película por año y, si ha sido capaz de ofrecer cosas tan buenas, no entiendo a qué se debe la desafección absoluta que manifiesta en esta película de 2010. Por otro lado Allen afirma en muchas entrevistas que nunca se siente satisfecho con sus trabajos y que cuando los ve terminados suele decir ¿cómo he podido hacer esto? No quiero ni imaginar lo que habrá pensado de esta última película.
No obstante no desespero con Allen y seguiré esperando sus siguientes películas porque, al contrario que otros muchos que arden en deseos de verle caer definitivamente, no considero que Allen sea un director acabado. Y aunque sea difícil que  el  director de Brooklyn nos ofrezca otra obra maestra confío en que, entre las películas que le queden por rodar, habrá cosas más interesantes y menos bochornosas que la película de este año. Pero como lo justo es lo justo, por mucho que le adore, Conocerás al hombre de tus sueños ha sido una metedura de pata de principio a fin. Aunque quizá el propio Allen era consciente de ello durante la realización del film, ya que la historia se abre y se cierra con una frase de Shakespeare "la vida está llena de ruido y furia, que no significan nada". Algo que también se puede decir de su última película.



lunes, 23 de agosto de 2010

CON LA IDEOLOGÍA HEMOS TOPADO (III)


           Fuera ya del cine franquista, existen dos ejemplos muy conocidos en el campo del cine y la ideología que representan a dos regímenes con los que se pueden tener muchas cosas en contra. Me refiero, obviamente, a la cineasta alemana Leni Riefenstahl (1902-2003) y al director soviético S.M. Eisenstein (1898-1948). Lógicamente con todos los sesudos trabajos y escritos que se han dedicado a ambos personajes poco o nada puedo añadir yo, al menos en el campo del análisis cinematográfico.


            
                     Lo que está claro es que en el caso de Leni Riefenstahl el rechazo por el unidireccional contenido nazi de sus cintas ha hecho que muchos se nieguen a visualizarlas, porque como algunos argumentan, y de esta frase he sido testigo, “yo no soy un nazi”. Obviamente yo tampoco lo soy pero he sido capaz de disfrutar de las dos obras por las que Leni será recordada (muy a su pesar, me parece): El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens) de 1935 y Olympia (1938). Sin embargo, a pesar de estar al servicio del macabro aparato nazi, las películas de Leni Riefenstahl sentaron cátedra para el posterior cine documental y produjeron notables avances tanto en la fotografía (campo en el que esta actriz, bailarina, fotógrafa, escaladora y directora de cine era una experta) como en el montaje. No en vano, en el caso de El triunfo de la voluntad siempre se ha dicho que el congreso de Nüremberg que inmortaliza Riefenstahl fue montado ex profeso para realizar la película, con todas las posibilidades técnicas que este hecho ofrecía.



              Y aunque nos duela, la herencia cinematográfica de Leni ha calado en concepciones posteriores a pesar de que sirvió para beneficiar a la campaña ideológica y expansiva del III Reich. Pero insisto, son películas para ver y para valorar tanto por la capacidad creativa como por ser testimonio histórico, especialmente por revelar, a nuestros ojos no nazis, los instrumentos de manipulación ideológica y propagandística de los medios, algo de lo que seguimos siendo víctimas (aunque no queramos verlo) ya no al servicio del nacionalsocialismo, obviamente, pero sí a merced de otros “valores” como el consumismo.


                Lo curioso es que a pesar de que su colaboración con los nazis no fue prolongada en el tiempo, el peso de estos notables trabajos (a pesar de su ideología) marcó a Leni hasta el fin de su centenaria vida (murió a los 101 años.) Aunque yo no me lo creo, a lo largo de su vida Riefenstahl negó una y mil veces su pertenencia al partido nazi (a pesar de su amistad personal con el Führer), dijo que jamás colaboró con ellos y que, además de no ser antisemita, desconocía las atrocidades que los nazis habían realizado antes y durante la guerra, como son los campos de concentración. Que este argumento lo esgrimiera un ciudadano alemán de a pie que en el periodo de posguerra se viera seducido, como tantos otros en tiempos de crisis, por la oratorio de un líder al que vieron como salvador, lo podría entender, de hecho siempre he entendido el auge del nazismo como una paranoia colectiva en la que se vio lo que no se debía.


Pero dicho argumento no lo puedo creer en Leni que vivió de primera mano el desarrollo del nazismo desde la cima. Pero es algo que le sucedió a muchos dirigentes o “nazis importantes” que una vez acabada la guerra, bien por efecto psicológico o bien por lavar su imagen, afirmaron que no sabían nada de las atrocidades hitlerianas. Difícil de creer, pero en fin.
Sea como sea, nazi convencida o simplemente una inocente directora que no vio ni oyó nada de lo que los nazis estaba haciendo, pienso que Leni es una figura a rescatar ya no sólo por la formidable técnica e interés artístico de sus “películas nazis” sino también porque hasta bien avanzada edad siguió con sus fotografías submarinas (falsificando la edad para poder obtener el carnet que permite dicha actividad) o los interesantes reportajes fotográficos sobre las tribus africanas. Fue, además, una mujer enérgica y sacrificada, al menos para el cine. Como ella misma contaba montó a solas y dejándose prácticamente los ojos en ello los interminables rollos de ambas películas nazis cuyo metraje total era de dimensiones titánicas. Por dar un dato, para El triunfo de la Voluntad Leni se enfrentó en la sala de montaje con unos ciento treinta mil metros de película. Dicen que era extremadamente meticulosa y perfeccionista algo que ponía notablemente de los nervios a Goebbles, encargado de la propaganda nazi, desesperado al ver que, tras todo el despliegue, las cintas tardaban más de dos años en salir a la luz.   


No obstante la obra de Leni debe ser valorada por mucho que nos duela ver lo que sale en sus películas. Estas obras, por otro lado, ayudan a situarnos en tan complicado momento histórico. Si nosotros, nada sospechosos de ser nazis, podemos quedar cautivados con esas imágenes, puedo entender a la perfección como la locura alemana de los años 30 acabó en lo que acabó con una adecuada manipulación mediática, manipulación de la que, repito, nosotros no estamos exentos aunque ya no sea a favor de los nazis y aunque no nos demos cuenta (como tampoco se darían cuenta ellos, porque aquello del “pan y circo” sigue vigente.)
Sin embargo me resulta curioso que en el caso de S.M. Eisenstein existan menos reparos ideológicos cuando, dejando al margen la intachable excelencia de sus películas en todos los aspectos técnicos y narrativos, estas estaban al servicio de otro régimen despiadado y que poco o nada le tenía que envidiar al de Hitler, salvo el hecho de ganar la Segunda Guerra Mundial: la U.R.S.S. de Stalin, un régimen totalmente bárbaro (con campos de concentración también, para el que no lo sepa) que sin embargo no se suele enjuiciar tan duramente imagino que por desconocimiento. Y ojo, con esto no condeno la doctrina comunista, condeno el comunismo (que no lo era) que llevaron a cabo Stalin y compañía. Una dictadura, muy roja, pero una dictadura. 



Pese a ello las obras de Eisenstein, aunque están directamente relacionadas con la ideología de la U.R.S.S., no han sufrido el rechazo que han vivido las películas de Leni a causa de su mensaje y en el caso del director soviético el peso de la política se ha diluido bastante más que en las obras artísticas de otros regímenes, cuando su mensaje es igualmente manipulado.
No obstante puedo esgrimir algunos argumentos de por qué esto ha sido así: en primer lugar porque la labor cinematográfica de Eisenstein ha sido valorada como mucho más crucial que la de Leni y por tanto se ha sabido dejar en un segundo plano a la ideología. El segundo argumento es el que ya he comentado antes, que por desconocimiento no se tiene la misma imagen del nazismo que del estalinismo. El tercero es que siempre nos resulta más fácil defender al que luchó contra los nazis que a los mismos nazis, obviamente. Y en cuarto lugar que, aunque las películas de Eisenstein son un ejercicio más de propaganda (aunque cinematográficamente excelente) su mensaje, aunque luego Stalin no lo hacía cumplir, o podemos encajar mejor: igualdad, defensa de los trabajadores frente a la tiranía, los ricos son malos los pobres son buenos… y nada hay de odio al judío o cosas por estilo; a pesar de que la realidad de la U.R.S.S. estuviera muy alejada de todo esto en cuanto a tolerancia e igualdad. Sobra con nombrar las purgas estalinistas, la censura, las persecuciones…


A favor de Eisenstein, estuviera o no convencido del estalinismo, se puede decir que, quizá al igual que Leni y otros autores del nazismo o de la U.R.S.S., no tuvo más remedio que trabajar bajo amenaza de encontrarse, en caso desfavorable, ante el tribunal del partido o a  tener que viajar forzadamente a Siberia.
Sea como sea, del mismo modo que ver una película de Leni no te convierte en un nazi, ver un film de Eisenstein no te convierte en un estalinista. Porque si lo creemos así nos perderemos el goce que supone ver magníficos films que, aún siendo obra de una propaganda e ideología que rechazamos, tienen infinidad de matices y de capacidad técnica y sobre todo de montaje, que han creado escuela y que suponen dos páginas  importantísimas de la historia del cine, por mucho que, aunque hayan pasado más de 60 años de las guerras mundiales y de todos aquellos regímenes, estas películas sigan haciéndonos “rechinar”. Algo que, por otro lado y como tanto he defendido, no impide valorarlas como excelentes películas dignas de ser estudiadas por su maestría y por sus hallazgos.
En todo caso abogo por la autonomía del arte frente a la ideología y el que seamos capaces de ver,  independientemente de la idea política que emana de la obra o del autor (perfectamente condenable o criticable), el peso formal o estético que las obras tienen y que no debe ser rechazado por la conveniencia ideológica que la obra puede poseer respecto a nosotros. 

Sin embargo, como he expuesto en el caso de Eisenstein ¿por qué hay autores que se convierten prácticamente en anatema y otros no cuando han estado al servicio de atrocidades semejantes? Ejemplos siempre doy muchos y hay algunos que siguen sorprendiendo.

Todos nos rasgamos las vestiduras con Leni Riefenstahl pero ¿por qué no con D.W. Griffith cuando El nacimiento de una nación (1915) es un panfleto racista? En este caso se dice que la obra de Griffith es una de las primeras obras maestras del cine y que establece las bases de tantos aspectos cinematográficos que no nombro para no hacer más largo el texto. Y es algo que es cierto, tiene su valía y la aceptamos a pesar del contenido racista ¿Por qué entonces no somos capaces de ver más allá con otros directores o artistas? 


 Nadie condena a Wagner a pesar de su antisemitismo porque hemos visto que sus óperas son obras maestras. O nadie rechaza el arte de Dalí cuando le encantaba fotografiarse con Franco, vivió holgadamente en aquellos años de la España gris y pintó, entre otras cosas, un retrato de una de las nietas del dictador (sí, esa misma pájara que sigue paseándose todavía hoy por los platós de televisión, la nietísima, cuyo único "mérito" es ser nieta de Franco y a la que, sin embargo, le pagan millonadas por hacer exclusivas.)


No soy capaz de dar una respuesta a por qué motivo, si existen tantos artistas que han estado al servicio o han estado convencidos de una ideología que rechazamos, algunos han sido condenados dejando a su obra en un segundo plano y otros nos encantan sin plantearnos si un día hicieron gala de algo que ideológicamente rechazamos. Una clave, como ya apunté, es el propio tiempo y otra, y creo que de más peso, la condena o el interés que la propia historiografía (otra cosa nada independiente de la ideología de aquél que escribe) ha formulado, creando unos tópicos y unos parámetros que han alcanzando en muchos casos particulares las propiedades de “mito” o de “anatema” y que, no sé bien por qué, nadie se atreve a revisar.

miércoles, 18 de agosto de 2010

YO TAMBIÉN TE QUIERO PHILLIP MORRIS


                 Para no faltar a la verdad he de decir que me costó un poco aceptar la invitación para ir a ver esta película el viernes pasado en compañía de Edu (como veis, cada vez voy al cine con una persona.) Y el principal motivo de rechazo era la presencia en el reparto, y además como protagonista, de uno de los actores que menos soporto: Jim Carrey. Sin embargo, aunque no creo que sea un buen actor, todo su registro de gestos que le han hecho famoso no queda fuera de lugar en una película tan esperpéntica (y no lo digo como algo peyorativo) y enérgica como es Phillip Morris, te quiero (I love You Phillip Morris) que llega con bastante retraso a nuestro país y que encontró no pocos problemas para su distribución en E.E.U.U. por razones un poco absurdas que explicaré más adelante. Una película que se puede clasificar como la versión bizarra de El talento de Mr. Ripley.


                 La película, dirigida por Glenn Ficarra y John Requa, está basada en el libro I Love You Phillip Morris: A True Story of Life, Love and Prison Breaks de Steve McVicker, que a su vez se inspira en la vida real del estafador Steven Ray Russell al que da vida un hiperactivo Jim Carrey. El problema que de antemano posee esta película es que el tráiler, como la mayoría de las veces, no hace justicia al contenido del film y da una idea totalmente equivocada de lo que la película propone, presentándola como una comedia más con el sello Jim Carrey, algo que ha logrado el rechazo de muchos espectadores antes de ir a verla. Por ello, a pesar de lo erróneo de la publicidad, que en lugar de conseguir atraer a más público lo ha ahuyentado, animo a la gente a que no tenga el prejuicio de que esta película es una estupidez más del señor Carrey. Los que vayáis, por favor, en V.O.S.
                La historia gira alrededor del estafador Steven Russel que, tras llenarse los bolsillos con todo tipo de engaños al seguro, acaba en prisión, lugar en el que conoce al Phillip Morris del título (Ewan McGregor.) A partir de aquí la trama no para de dar vueltas, saltando del drama (hasta la lágrima viva, al menos en mi caso) a la comedia más brutal aunque, en muchos casos, facilona.
                No es una película genialísima, obviamente, pero es, y para eso sirve muchas veces el cine, entretenida. El ritmo, marcado por la machacona música que acompaña a nuestro personaje desde el cielo azul que abre la película, no para de crecer entre la carcajada y el asombro, especialmente por lo directo, brutal y, por supuesto, divertido de muchos comentarios y escenas.
                Es, sin duda, una película multigenérica, en la que el contenido dramático y crítico es mucho más profundo de lo que puede aparentar. Sin embargo la película es un despropósito (y de nuevo lo digo sin carácter peyorativo) de principio a fin, por centrarse en el excéntrico personaje interpretado por Carrey (y de ahí que todos sus gestos por una vez tengan uso de razón) que vive además una relación amorosa en un contexto tan poco romántico e inusual como es la prisión y los juzgados, lo que da juego a muchas situaciones para la risa por la combinación del romanticismo más desatado (y acartonado) con lo más duro y sucio de la vida penitenciaria.

                No es nada nuevo, y creo que ya no debe sorprender, que la relación de los protagonistas sea homosexual.
Aunque la presencia en la pantalla del “tema homosexual” es cada vez mayor, pienso que, desde la aceptación por parte de la mayoría de la condición homosexual, la presencia cinematográfica de lo gay se ha manifestado desde lo políticamente correcto buscando siempre una visión con la que nadie se pudiera sentir molesto (hablo dentro del propio colectivo gay, porque fuera la homofobia, desgraciadamente, sigue existiendo. Y quien no lo quiera ver es tonto.) Ahí están excelentes películas como Mi nombre es Harvey Milk (2008), Yossi y Jagger (2002) o la más conocidas, y más mediocres, Brokeback Mountain (2005) o Philadelphia (1993). 



La lista es más larga, pero es cierto que la mayoría de películas que hablan abiertamente de la homosexualidad han nacido con un necesario papel reivindicativo, proclamando siempre la igualdad y denunciando el rechazo y el acoso que el colectivo gay ha sufrido durante tanto tiempo. Y es algo que está muy bien, y más teniendo en cuenta la invisibilidad de los homosexuales durante tantas décadas en la historia del cine en la que únicamente se habían podido colar sutilmente a partir de personajes que, o bien eran una caricatura mediante lo afeminado o el travestismo,  o bien eran personajes en los que  se  asociaba lo gay a la maldad y la perversión, y en este caso los supuestos gays de Hitchcock son muy conocidos (La Soga de 1948 o Extraños en un tren de 1951.)



 Aunque nos duela, aquella representación de lo gay era  la aceptada en una época en la que el ser homosexual suponía toda clase de comentarios a excepción de aquellos que tuvieran que ver con la igualdad o la normalización. No es de extrañar cuando en algunos lugares, como  en España, la ley de vagos y maleantes y la peligrosidad social era aplicada a los homosexuales bajo penas de cárcel y tratamientos varios con tal de “curar” lo que era una bochornosa y perversa conducta para el régimen oficial.
Por fortuna los tiempos han cambiado, la apertura es mayor y el respeto y los derechos se han ido alcanzando. El problema es, al menos en el campo del cine, que se ha pasado de un extremo a otro, y en la ficción parece que sólo se puede mostrar la homosexualidad como portadora de valores y derechos (algo que no niego, obviamente) y pronto se tacha de homófobo al que muestra a un personaje gay que no sea todo bondad e inteligencia. Pero eso también es mentir, porque homosexuales o no, los seres humanos son buenos y malos, divertidos y sosos, agradables o esperpénticos… independientemente de su condición sexual. Se habla de que los “tópicos hacen daño” que “eso no ayuda a la normalización”. Pero lo que no podemos pretender es, en este caso, que si en una película sale un personaje homosexual esta situación siempre se de bajo una intención aleccionadora o “bienhechora”. El cine es cine y los tópicos, tanto homosexuales como heterosexuales, pululan por las pantallas sin que eso signifique, necesariamente, un ataque contra la sexualidad de nadie, porque muchas veces los ataques más crueles suelen ser más sutiles y no tan evidentes como mostrar a una persona amanerada. 


Y en este sentido han ido muchas de las críticas que ha recibido Phillip Morris, te quiero, a la que se le acusa de hacer daño al colectivo gay por la imagen esperpéntica y tópica que supuestamente da de los homosexuales. Pero pienso, particularmente, que cualquier homosexual que se sienta ofendido por este film cae en un error. Es cierto que la visión del gay en esta película es extrema, pero es algo que, en este caso, no está fuera de lugar dado el despropósito general que supone toda la trama y toda la película. Este film no pretende aleccionar y decirnos que debemos ser tolerante con los demás (para eso ya deberían estar la escuela y la familia), aunque en ningún momento sus dos protagonistas gays sufren rechazo por su condición sexual a pesar de la irónica situación de que el film se desarrolla nada más y nada menos que en Texas. Por otro lado, aunque el gay de Carrey sea exagerado no considero que falte al respeto a nadie ni que busque la parodia hiriente porque, nos guste o no, lo cierto es que hay gays como el que retrata Carrey (además de que está basado en hechos reales) con camisetas de tirantes y caniche a lo Paris Hilton, igualmente que existen gays tímidos y siguiendo el tópico, “sensibles”, como el que representa Ewan McGregor al que hay que hacer mención especial por su capacidad como actor, pues logra crear un personaje totalmente creíble (y adorable.)


 De todas formas estoy harto de que siempre se hable de “tipos de gays” y se recurra mil y una veces a aquello de “la locaza” y “el normal”. No señores. La cosa es mucho más simple para mi: dentro de la gran variedad de personas que existen en el género humano, algunas son homosexuales y otras no. Los gays no son una categoría humana aparte. 
Pero sea como sea, no podemos pretender que una película con tal de no ofender a los gays (o a la gente de color, o las mujeres… o  a cualquier otro colectivo sensible a la crítica por todo lo que le ha tocado soportar) deba ser un catálogo de buenas actitudes y no pueda mostrar personajes homosexuales que, igualmente que vemos en tantas otras películas de protagonismo heterosexual, son exagerados, caricaturescos o incluso repugnantes. El problema nace, y es aquí cuando soy el primero que acusa de homofobia,  en el momento en el que la caricatura es hiriente y pretende menospreciar a determinado colectivo. Pero en esta película no hay nada de eso.
El personaje de Carrey, además, es un estafador, por lo que debería ser entendido como una personaje negativo. Sin embargo no lo resulta en absoluto porque a medida que se desarrolla la película vemos que, por paradójico que nos resulte, toda esa estafa que cada vez es más grande no es otra cosa que un gesto de amor. Pero aunque sea un gesto de amor ni la persona que más te quiere en el mundo lo podría aceptar. Y quizá esa sea la moraleja que yo siempre trato de buscar en todas las películas, que el fin no siempre justifica los medios. De todas formas, aunque es algo de lo que peco mucho, no hay que elevarlo todo al campo de la reflexión, porque la película no deja de ser una comedia disparatada, llena de ritmo y con un componente visual y sonoro más que logrado.


El problema es que esta película ha sido censurada y ha tenido dificultades para su estreno en E.E.U.U. por, según ellos, las escenas explícitas entre dos hombres que pueden ofender al público. Y esto es algo que sólo consigue  hacerme reír porque, por un lado, existen infinidad de películas mucho más explícitas en cuanto a lo sexual y lo violento que, sin embargo, no encuentran problemas para ser vistas en la pantalla. Al contrario, el contenido sexual o duro, siempre que sea entre un hombre y una mujer, parece no molestar a nadie. Por otro lado, aunque es cierto que en la película hay escenas entre hombres (lo que no supone ningún problema) estas son mínimas y en ningún momento creo que deban escandalizar a nadie, porque en realidad, salvo DOS besos entre Carrey y McGregor, sólo hay una escena que puede resultar explícita y que no creo que lo sea más que todo lo que podemos ver en televisión o en las películas. No obstante, tanto en E.E.U.U. como aquí, la gente solo se preocupa de “proteger” a sus hijos de determinadas cosas y, aunque enseñar a dos hombres besándose o directamente follando no hace daño a nadie es algo que todavía está mal visto. Aún tenemos que escuchar comentarios de “qué asco” o “qué directo”, sin embargo cosas verdaderamente dañinas como la manipulación informativa o mierdas como “Sálvame” que tanto perjudican a la inteligencia o a la sensibilidad de las personas siguen presentes en nuestros medios.
Pero por desgracia existe gente que a estas alturas se escandaliza por ver a dos hombres o dos mujeres besándose. Pero la homosexualidad es una realidad y esta película, aunque lejos del discurso reivindicativo de las otras, pone el dedo en la llaga para toda aquella gente que no soporta determinada sexualidad. Pero les guste o no, existe. Y como se suele decir, a quien no le guste, que no mire.


                 De todas formas pienso que lo que ha llevado a esta película a retrasarse en su estreno y a no encontrar distribuidor no ha sido sólo la presencia de la homosexualidad. La película que, como dije, está desarrollada en Texas, no deja en buen lugar a los valores tradicionales norteamericanos, de la familia ideal, de todos los domingos a misa, del marido policía y la mujer ama de casa con dos o tres hijos rubios e ideales, que celebra barbacoas con los vecinos los domingos en su verde jardín. La película, y ahora sí, se burla directamente de todo ese sistema de valores supuestamente ideal por su doble moral de la que el protagonista, una vez que sale por todo lo alto del armario, se libera. Además se pone en jaque al sistema judicial, policial y penitenciario de los E.E.U.U. (o al menos de Texas) incapaz de ver como se la juega un esperpéntico estafador. Y si hay algo que a los estadounidenses les jode por encima de la homosexualidad, el ateísmo y la izquierda, es que se burlen de su autoridad.

martes, 17 de agosto de 2010

EL VENENO (Y LA PISTOLA) DEL TEATRO


           Aunque sé que a muchos os resultará repetitivo que vuelva a hablar del señor Allen, ha dado la casualidad de que las últimas películas que he visto han sido las que la Filmoteca ha proyectado dentro del ciclo dedicado al director de Brooklyn. Pero tranquilos que mañana publicaré mi comentario sobre una película de estreno que vi el pasado viernes y que para un servidor no tiene desperdicio “Philip Morris, te quiero” (sí, habéis leído bien.)
            Pero volvamos a los temas allenianos en los que sabéis que me muevo muy a gusto. El pasado jueves tuve la oportunidad de ver (otra vez con renovada compañía: gracias Kiko y gracias Vidal por la presencia y el aguante) Balas sobre Broadway (Bullets over Broadway) de 1994, con la particular situación de que era la única obra de Allen que aún no había visto.
             Esta es una película que emparenta directamente con otras realizadas por Allen y que yo incluyo en el grupo de las “nostálgicas” que se ambientan, más o menos, durante los años que se corresponden con la infancia de su autor y que han retratado desde la sonrisa y la nostalgia el mundo del espectáculo y, para no perder la costumbre, los vicios culturales del señor Allen.
  Curiosamente, dejando a un lado La maldición del Escorpión de Jade (2001), en ninguna de estas películas nostálgicas Woody aparece como actor, algo que no sé si responde a un deseo de no interferir (físicamente) en la recreación de ese pasado idealizado o, simplemente, porque no existe un papel adecuado en esas películas para las limitadas dotes como actor que Allen posee y que tienen su mejor recipiente en el personaje que él mismo se ha creado a lo largo de su carrera.

 
Esta serie de películas nostálgicas son La rosa púrpura del Cairo (1985) que nos hablaba del cine, Días de radio (1987) un homenaje al papel de la radio y su música en la América de los años cuarenta, Balas sobre Broadway (1994) una farsa sobre los entresijos de la cosa teatral, Acordes y desacuerdos (1999) su particular homenaje al jazz, sin utilizar el clarinete y con un Sean Penn, como siempre, soberbio; y La maldición del Escorpión de Jade (2001) una recreación con el sello Allen de las screwball comedies. Hay que dejar de lado, claro está, La última noche de Boris Grushenko (1975) que por mucho que nos hable de la Rusia decimonónica poco o nada tiene de recreación histórica.

 

 En todo este subgénero nostálgico que ha creado el señor Allen dentro de su propia  filmografía se dan una serie de constantes válidas para analizar también Balas sobre Broadway. Además de la habitual no presencia de Allen cuando viaja al pasado, destaca el carácter coral que estos film suelen tener y el peso de la dirección artística que en este conjunto de películas es más que notable y, en algunas ocasiones, es de lo mejor del film. La capacidad de recrear los ambientes, aunque otra vez sean de Nueva York, es increíble. Y ya no sólo hablo de los cabarets, salas de fiesta y grandes mansiones pues, curiosamente, es en este subgénero “nostálgico” cuando Allen muestra otras clases sociales con algunos personajes y lugares que no son de la clase alta-snob neoyorkina.
 Un ejemplo vuelve a ser La rosa púrpura del Cairo en la que Cecilia es una mujer de clase baja que vive en un barrio modesto de New Jersey. En Días de radio conocemos a una numerosa familia judía americana sin excesivos recursos y que vive pegada a la radio. Igualmente el protagonista de Balas sobre Broadway es un autor teatral sin demasiado éxito y cuyo mundo no es precisamente el del lujo.
Es curioso porque en todas las visiones que Allen ofrece del pasado el lujo y la gente adinerada neoyorkina a las que nos tiene acostumbrado desaparecen para dejar paso a un ambiente muy familiar y más humilde. Y esto sucede así incluso en los films “no nostálgicos” en los que hay referencias al pasado, como es la escena de Delitos y faltas (1989) en la que Judah (Martin Landau) rememora una momento de su infancia alrededor de la mesa familiar; o las escenas que abren Annie Hall (1977) cuando Alvy (Woody Allen) recuerda los años de la escuela. Es algo que me llama mucho la atención aunque, como Allen siempre ha dicho, él sólo retrata y rueda aquello que conoce. En consecuencia el único pasado que es capaz de ofrecer en la pantalla es el que el todavía retiene (y transforma) en la memoria, pasado asentado en sus orígenes humildes, las tardes de radio y cine y de barrios lejos de ser de clase alta como es su Brooklyn natal.

 

            Tras algunos estrepitosos fracasos y el escándalo mediático por su relación con la hija adoptiva de Mia Farrow, Balas sobre Broadway hizo que Allen volviera a ser considerado por la taquilla y por las quinielas, ya que reapareció en las nominaciones al Óscar, aunque finalmente sólo Dianne Wiest se hizo con una estatuilla como mejor actriz de reparto, honor que ya había recibido ocho años antes gracias a otro film de Allen, Hannah y sus hermanas, de 1986. Por cierto, no son pocas las actrices en roles secundarios que se han llevado el Óscar gracias a una película de Allen incluyendo, por más que me pese, a Penélope Cruz.

 

            La película está protagonizada por un pasable John Cusack en el papel de David Shayne, un autor teatral que por mucho que se niegue a “cambiar una letra de su obra para rebajarse a la comercialidad de Broadway” no tendrá más remedio que hacerlo. Por un lado por las exigencias del productor, un peligroso mafioso que busca mediante la obra dar algo que hacer a su estúpida novia con aires de actriz, llamada Olive (Jennifer Tilly.) Por otro lado porque, aunque nos cueste horrores admitirlo, no siempre tenemos el talento que creíamos o que nos han hecho creer que poseemos, y más cuando el talento que a uno le atribuyen es, en el caso de nuestro protagonista, la valía innata de otra persona, Cheech (Chazz Palminteri), el matón y guardaespaldas de la novia del mafioso que, sin estudios y sin esfuerzo alguno, logra crear una obra aceptada y mucho mejor elaborada que aquella que había escrito Shayne.
            Y esto, aunque sea un chiste de Allen, no deja de mostrar lo que es una realidad, que no todo el mundo puede ser lo que quiere ser y que resulta muy cómodo desprenderse de los principios que tan férreamente se han defendido con tal de recibir el aplauso, la fama y una vida más cómoda. Pero todos somos humanos.


            El protagonista, un claro alter ego del propio Allen (tanto es así que Cusack imita a la perfección muchos de los conocidos tics del director), preocupado por crearse un universo moral al que pretende ser fiel acaba cediendo al ver que muchos pasean por el mundo sin un código moral, a merced del capricho y la indignidad, pero que, sin embargo, son  personas más felices y que no tienen los problemas de conciencia que poseen aquellos que buscan una lógica moral en el mundo. Y es que es difícil hablar de moralidad o dignidad cuando te enfrentas a un mafioso al que le importa poco o nada el arte pues para él no es otra cosa que un negocio que debe salir bien bajo amenaza de lanzarte al Hudson con hormigón colgando de los pies.
            Además de esta moralidad y de aquello que es correcto o no, algo tan habitual en Allen, la película nos habla de algo tan simple pero tan verdadero como es la “falsedad de las apariencias”. El mundo de la farándula, de los teatros, los carteles y los actores, no es más que una farsa. Y Allen se encarga de dejarlo claro, mostrándonos a un pintoresco grupo de actores maniáticos que lo único que hacen es actuar, obviamente, pero tanto dentro como fuera de las tablas del teatro. Esto queda claro en el personaje de Dianne Wiest, Helen Sinclair, una actriz que lo es más fuera del teatro que dentro y que se ha creado su mundo de excentricidades y glorias adobadas con mucho alcohol.


Por otro lado muchos de los que hemos participado en una obra de teatro o proyecto similar nos podemos sentir identificados en algún momento viendo esta película, pues no es nada fácil conciliar las necesidades y deseos de cada uno, aunque no sean tan excéntricos o problemáticos como los de la película de Woody Allen, siendo un sacrificio muy grande el que se debe hacer con tal de que el  resultado sea el requerido. Y esto es extensible a todo el mundo de la creación y del arte (y la vida) en el que cuando hay más de uno al que atender, surgen, inevitablemente, los problemas. Pero, por suerte o por desgracia, no todos tenemos a un mafioso para que liquide a aquellos que consideramos que sobran en nuestros proyectos. Y aunque sin ellos sería mucho más fácil, no podemos ni debemos hacerlo.
            Pero esta farsa no sólo pasa revista al mundo del teatro, las manías de sus estrellas y todo lo interesado que es el mundo del arte y los artistas. Allen parodia, y muy acertadamente, toda esa vida de bohemia, de pretendidos artistas y autores, que filosofan, hablan y debaten interminablemente en cafeterías;  falsos artistas incomprendidos que, con mucha palabrería hueca evitan hacer realmente algo de provecho. Todos sabemos lo lleno que está el mundo de caraduras, falsos intelectuales y gente que habla de la bohemia y que sin embargo ama tanto la vida burguesa que por otro lado critica. Pero es lo que siempre he dicho, es muy fácil ser bohemio con la cartera llena (o con una cartera cercana con la que abastecerse.)


 Por otro lado he de decir que la película, aunque entretenida, me resulta algo plana aunque mejora a medida que avanza el metraje. Se ha dicho que es una de las mejores de Allen, opinión de la que difiero notablemente. Me da la sensación de que la película se queda a medio gas, puede que por lo maniqueo y básico de muchos personajes. Pero al fin y al cabo, si esta película es una parodia, la profundidad psicológica puede que esté demás. No obstante existe un aspecto notablemente confuso en el film, ya que se hacen constantes referencias a cambios en la obra teatral que se está montando, de situaciones de los personajes, transformaciones de diálogos… sin que conozcamos siquiera de qué va esa obra de teatro,  llamada "El Dios de nuestros padres", por lo que no podemos ubicar ni entender por qué se hacen esas modificaciones y, por tanto, tampoco podemos conocer el verdadero talento de Cheech, puesto que es él quien, haciendo de negro de Shayne, reescribe los diálogos y efectúa las mejoras en la obra para que esta acabe convirtiéndose en un éxito al final de la película.


Este film posee, como todos los de Allen aunque quizá con mayor razón, múltiples referencias a otras películas concretas. Es una afición que Allen tiene en su filmografía, el reinterpretar mediante guiños concretos o situaciones argumentales multitud de películas, especialmente del cine clásico. Guiños que siempre están a mitad camino entre la parodia y el homenaje. Parece como si Allen quisiera reescribir desde su óptica tan personal la propia historia del cine, y uno no sabe muy bien si es para marcar similitudes o para destacar las diferencias. En este caso, y esto lo digo yo (por lo que puede ser verdad o simplemente una percepción fuera de lugar), hay un par de películas en las que creo que Allen ha mirado para desarrollar esta.  
Por un lado Los viajes de Sullivan (1941) de Preston Sturges, en las que un director harto de hacer comedias quiere realizar películas más comprometidas que ayuden a comprender la realidad, con el repetido dilema artístico entre la comercialidad y aquello que verdaderamente se quiere contar o hacer. Por otro lado citaría Con faldas y a lo loco (1959) de Billy Wilder porque, igual que aquí, combina escenas de cabaret y de pura comedia con la acción más sanguinaria de la mafia y de los ajustes de cuentas durante la Ley seca. Wilder es Wilder, pero Allen ha demostrado un gran talento para moverse como pez en el agua por distintos géneros aunque sea comprendiéndolos únicamente en el plano de lo formal o lo superficial. En Balas sobre Broadway hay una escena en un establo, en plano-secuencia, que por todos sus elementos (iluminación, suspense…) es  digna de formar parte de cualquier buena película  sobre la mafia o sobre espías
.

El film, como se ha visto, posee diversos logros pero destacan especialmente la divertida situación (para el espectador) de tener que contar  en el montaje teatral con la novia del mafioso que no se anda con tonterías, la calidad de los chistes (aunque muchos de tan cultos que son se pierden en el intento) y la ironía que ofrece el personaje de Cheech, un matón insensible que sin embargo tiene más talento que los demás para la escritura. Toda una lección de humildad. 


A pesar de ello uno de los problemas que veo es el final de la película que me resulta algo fuera de lugar aunque puede ser entendido por contraposición a las falsas apariencias del teatro y del arte. Frente al mundo de la tablas, donde todo es tan efímero, las relaciones peligrosas y vacías y el éxito pasajero (y en este  caso ni siquiera merecido); nada mejor, más feliz y más real, que tener a alguien a tu lado que te quiere y te respeta por lo que eres y no por lo que pretendes ser, aceptándote con todo lo bueno y todo lo malo.